Tus manos, que alguna vez
se juntaron tiernamente a las mías,
hoy no son más que duras rocas
que lastiman la piel al tocarla.
Tus brazos, que alguna vez
fueron cálido sitio de reposo para el alma,
hoy no son más que desiertos
en los que el hastío seca el amor.
Tus ojos, en cuyo iris me perdiera
tantas veces mirando tu alma,
hoy no son más que lagunas negras
que intentan imitar el azul del cielo.
Tu cabello, a cuya belleza tantos versos
dediqué en mis noches de insomnio,
hoy semeja las copas de los árboles
otoñales, en que las hojas están muertas y secas.
Tus labios, en cuya dulzura tantas veces
sacié mi sed de amor y cariño,
hoy tienen espinas que hieren como
navajas afiladas al corazón sincero...
Tu corazón, que alguna vez fuera
el refugio del mío y de mis sentimientos,
hoy no es más que un pozo sin fondo,
del que pocas cosas vuelven a salir.
¡Ay de aquel que entre ahí
como lo hice yo! Porque de
aquella sima, profunda como el
universo, no se sale entero...
29/06/2016