Black Lyon

Los Dos Reinos.

\"Dirigía yo mis tropas al asedio del Corazón de Oro, empero, una vez en las tierras altas, giré mi cabeza, y en efecto, aquél reino previamente recorrido, lúgubre y conquistado por una horrible maldición, me recordó un gran amor, que por decisión, la barrera del supuesto \"imposible\" terminó por poseerla y despojarla de la felicidad\".



Incordio para mi alma, 
la ensoñación cegó mi vista.
En un instante, pasaba de ser,
el libertador, que, a sus tropas,
con vehemencia dirigía,
a ser, el prisionero de la obscuridad.



Una breve muerte en vida,
el plagio de mi presencia,
por un estupor acuciante,
tenebroso y hábido de gritos.

 


El horrísono campo de batalla,
cuál marioneta imposibilitaba,
mis movimientos.
No podía usar mis emociones,
mucho menos, aquellos reflejos,
que, en la experiencia castrense,
otrora había adquirido.

 


Inerme, cayendo una vez más en el vórtice blanquinegro.

 

En aquella obscuridad,
de mi pecho se vislubró una señal,
cuál luz dorada en forma de la marca,
brilló. Marcando en realidad con fuego divino,
la serpiente en espiral.

 


Aquella que por más perniciosa,
nunca se devora. El símbolo de las deidades.
La patente de nuestra inmortalidad,
que conlleva, la gran misión como guerreros
solitarios.

 


Luchaba yo, no en el campo,
sino en el interior.
Donde las peores batallas son libradas,
y los peores enemigos liberados.
Nuestros propios demonios liberados,
pues el temor abre aquella puerta.

 


Se presentó ante mí una guía, por así decirlo,
me llevó al antiguo reino, 
en su esplendor.
Sus torres como el marfil al sol brillaban,
la ciudad, estaba bien organizada, y al centro,
entre torres y atalayas,
la gran sala del Maestre, Rex y Monarca.

 


Continué admirando el reino, 
sin embargo, yo era solo una sombra.
Al seguir en mi visión, casi real,
ví, como la ciudad con tinieblas se iba cubriendo.
Iban cayendo las torres. 
Una maldición había caído sobre ella.

 


¡Lloré al verla llorar!
Tanta hermosura destruída por la obscuridad.
Esas tinieblas que no son de ignorancia,
sino que las porta el mismo \"tentador\".
Entonces, me vi rodeado por esas tinieblas,
y aquellas tomaban formas demoníacas,
me arañaban con sus hirsutas manos aquellas bestias.

 

 

Desnudo, sin arma alguna, 
fuí expulsado hasta las puertas.
Donde abruptamente, los grandes cerrojos
de oro, sellaron el paraíso.


Asustado, miré a la guía,
que como humo se tornó.
El humo se dirigía a la ciudad de oro.
Como señalando el rumbo.
Invitándome a abandonar aquél reino.

 


Regresé en mí. Y mis tropas esperaban mis órdenes.
El alférez estaba por ondear la bandera libertaria.
En cuanto le detuve...

 


- ¡Señor!-

-¿Sí?-

- Solo basta una Señal, y la ciudad de oro caerá.-

 

 

Respondí con Voz de Mando:

- Caballeros; vinieron hasta aquí, sabiendo que nuestra victoria es segura, 
de que no habría sangre de por medio. Que practicamente nuestro ejército,
ya tiene doblegado a sus aliados y mercenarios. De que son leales a su 
comandante en jefe. De que volverían a sus casas a sentir el calor de sus mujeres,
la sonrisa de vuestros hijos y la apacibilidad de la paz en guerra. 
Sin embargo, yo os digo, de que no libertaremos aquella ciudad, 
puesto que, no necesita ser libertada. ¡Poned vuestros ojos a la ciudad de las tinieblas!-


-Señor, es un suicidio, prácticamente morirémos todos.-

Y le contesté a mi Sargento:

- Lo sé, es un suicidio, pero siempre hay una posibilidad,
nadie se va a atrever a libertar aquella ciudad. Sí hoy,
libertamos la ciudad de oro ya casi tomada. No harémos
leyenda. De leyendas está hecha la tierra. ¡La motivación
de los grandes! Sí logramos vencer, y vencerémos, 
nuestros nombres serán por siempre honor a todos los hombres.
La admiración por siempre estará de nuestro lado. La inmortalidad,
será nuestro regalo. Caballeros, ¡tomad vuestras armas y seguidme,
que hoy nos convertirémos en dioses!-

Girámos, y la Princesa de la Ciudad de Oro quedó perpleja.
Ahora, vamos a Erebo, vamos realmente a hacer historia,
vamos, a libertar la ciudad de Dite. Vamos
a sonreírle en la cara, a la misma muerte.
Con tal, de liberar a la princesa que yace en Dite,
que algún día, se transformó en mí fortaleza y debilidad,
en mi futuro y tranquilidad. Vámos, 
a las mismísimas puertas del infierno...


Black Lyon.

 

 
Los Dos Reinos - 
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Black Lyon