He dejado de nuevo mi alma
a pie de tu puerta;
esa que huele a abandono
y donde hay desfallecimiento;
he dejado mis sueños rotos
con la esperanza en ruinas
y sin aliento, junto a la maceta
de rosa muerta.
Mi vida es calandria herida,
que no acierta a alzar el vuelo,
en su estremecimiento de sonrisas
sin sus alas, sola no bate el viento
y cada hueco del corazón
es imagen de ventana abierta.
Tu puerta sigue siendo la indulgencia
del tiempo que a ciegas
te he entregado, susurros como una
llamada, un ruego a tu indiferencia
que es el único huésped que se asoma
cuando mi fe toca y toca.
El silencio rezumba en las paredes,
es como si durmiera el frío
en la cama, y tú procedes a ignorar,
mientras todo en mí se desploma.
Y me apoyo en las palabras,
en el monolito del recuerdo
en la firmeza de la esperanza,
en el escepticismo, en la añoranza
y en la oquedad del corazón marchito.
Hay soledades que tienen más un grito
y son un rumor, un sueño eterno,
un áspero reproche, punta de lanza,
un marchito clavel, verdad y mito.
Estas alabanzas me llegan,
del deseo lazarillo, del impulso,
por alcanzar puentes
y caminar caminos.
Me apoyo en el deseo que va vagando
por rutas de dolor y voy tristeando
bajo mis expectativas y otros destinos.