Entre tanto horizonte intenso de lluvia,
hay nubes de aflicción cargadas de tinta
que colorean las horas vestidas de ausencia,
al son de las campanas de su memoria.
A veces florecen primaveras en sus manos,
en un bosque de sentimientos que no entiende,
pero siempre que amanece toma un rayo de sol,
entre tanto pétalo deslucido por la nostalgia.
Es entonces cuando enciende las horas más queridas para ella
cuando en la soledad camina sin rumbo,
a través de una multitud de recuerdos
en un tiempo que ahora se desvanece.
Presiente el aroma de su ausencia en la indolencia de la gente,
es como una sensación extraña que le hiere y se apodera de su mente,
pero quizá le quede todo el amor del mundo entre los restos de su huella
y asi le pueda ver en el cielo, cuando expire la tarde convertido en una estrella.
Para pensar en él, divagan inertes sus pasos y su sombra por la arena,
quizá buscando consuelo en el mar y en el amor que perdura en su pena.
Es el único refugio a tanto retiro en la nostalgia que le abrasa,
cuando tanto no sirve de mucho y se marchita con el tiempo que pasa.
Campanadas de medianoche
entre largas noches de insomnio,
paisajes de flores heladas por el invierno
y acuarelas de una elegía que susurra en el viento.
Cree verle entre los atardeceres de su inconsciencia,
llena de bondad entre la brisa que le acaricia.
Cree verle entre la gente que huye de la lluvia
y a veces cree tocarle antes de que se desvanezca de nuevo.
Perdida entre los bosques dormidos de la memoria,
tras la estela de un amor eternamente infinito,
colorea el otoño de sus ojos en esas solitarias noches,
donde quizá entre la vida y la muerte solo exista un suspiro.