Habla el “genio de la danza”: Vaslav Nijinsky.
En la cumbre de su fama,
que coincide con el ocaso de su razón,
él había advertido qué es la verdad:
«La verdad es el triunfo del sentido de la tragedia»
Perdido estoy aquí,
en el centro del tétrico proscenio.
Ya no seré el mismo de ayer,
tampoco el genio de mañana.
¿Quién eres tú, silueta del espejo?
No sé quién soy,
ni qué se hará de mí el recuerdo:
¿Un extraviado más del fiel de la balanza?
¿El que ha perdido el rumbo de su juicio?
¿Aquél bloque de mármol blanco,
frío, ya sin vida?...
¿El punto cenital de la demencia?
La contorsión aérea de mi danza,
se desplomó transversal en primavera.
Sobre unos pies edipos caminaba.
En el temprano destierro del dislate,
cuando la intacta bruma vertical de la incordura,
me afina el iris de ensayo su mirada,
discurro una banalidad o una certeza.
Soy uno de los dos, los dos en uno.
Quiero batir mis alas, como pueda,
para poder danzar sin ellas,
como quiera.
Como armoniosos bailan el pez,
el agua y la pecera;
quiero bailar aún,
que danzar puedo,
arriba, en la oquedad de mi cabeza.