Hace muchos años,
Cuando todavía tenía fuerzas
Para salir a pintar. Se me ocurrió, irme al Amazonas…
Aproveche, que un amigo, que hace viajes, llegaría, hasta Puerto Ayacucho.
Monte, mi caballete, mis pinturas, mis lienzos y mi equipaje.
Llegamos, al sitio, donde están las embarcaciones…
Yo estaba, todo despistado, porque era la primera vez que visitaba ese sitio.
Mi amigo, el chofer del camión, hablo con uno de los indios…
Este señor, en seguida me lo presento.
Me dijo que él conocía bien la región, y que me llevaría,
Hasta donde yo quisiera. Que él no aceptaba cheques.
Que lo de él era plata en mano.
Zarpamos por el rio Orinoco, era una noche de luna estrellada.
Viajamos, toda la noche, yo aproveche y me cubrí con una cobija.
Dormí, toda la noche. En la mañana, el indio me despertó, para que viera
El amanecer, y observara, como por el otro lado del rio, venían varias lanchas.
Le dije al señor, que se parara, para tomar algunas fotos.
Y ver si pintaba el paisaje que a mi vista, era espectacular.
Este arrimo la embarcación a la orilla, baje mis implementos
Y comencé a pintar.
Cuando estaba ya terminando el paisaje,
El indio hablo con otro indio, que se acercó, para ver lo que yo estaba haciendo.
Este saco un fajo de billetes y me dijo que le vendiera el cuadro, yo acepte y le sugerí
Que me pagara los gastos de la embarcación, así vendí el cuadro.
Ya serian, como las cuatro de la tarde.
Hasta que llegamos a un caserío, donde me dispuse a descansar.
El indio me dijo, que cerca de allí había un bonito lugar, para pintar…
Vamos allá le dije.
Caminamos como una hora.
Vi a lo lejos varias matas de mandarinas, plantadas en un gran terreno.
Le pedimos permiso a la señora, para ver si lograba pintar el sitio.
Ella accedió, me invito a pasar al rancho donde vivía con su hija.
Me brindo un cafecito, yo me lo bebí, plácidamente.
Mi curiosidad, me hizo ver. Que la señora, vestía un traje largo
Y que arrastrando, cuando caminaba unas hebras, como raíces.
En ese momento salió la hija, muy disgustada con la dueña de la casa.
La señora me presento a su hija, una mujer, como de 27 años…
La joven, se dirigió al indio que me acompañaba, le dijo unas palabras en su idioma.
De lo cual, yo no entendí nada.
Las dos mujeres, empezaron a discutir y oí, cuando la joven le decía a su madre.
Eso te pasa, por estar comiendo semillas de mandarina.
La discusión se hizo más fuerte, y yo apenado
Les dije, bueno yo vengo mañana…
Esa noche dormí en una hamaca, muy intrigado por la pelea de la madre con su hija.
A las 7 de la mañana, tome mis lienzos, mi pintura y caballete. Y le dije al indio, que me acompañara…
Cuando llegamos al rancho, note… Que muy cerca de la casa había una mata nueva
De mandarina, con unas mandarinas muy provocativas…
Toque a la puerta, en seguida salió la joven, llorando.
Le pregunte por la señora y ella me señalo, hacia la mata de mandarina nueva.
Yo aproveche y le dije, que me regalara una mandarina.
Ella me dijo agárrela, pero primero, pídale permiso a la mata de mandarina.
Así lo hice, y empecé a comerme la mandarina, que estaba deliciosa…
Todavía, intrigado, le dije
¡Y su Madre!
Ella me dijo, siéntese, para contarle, lo de mi madre…
Hace cuarenta años, llego aquí un indio viejo. Le pidió comida a mi madre
Y esta se la negó, después le pidió una mandarina y también se la negó.
El viejo muy molesto, le dijo… ¡ Semillas de mandarina comerás y a los 40 años, en mata de mandarina te convertirás!.
Anoche mi madre me dijo antes de irse.
¡Hija, abre un hueco en el patio y siémbrame allí!.
Porque en mata de mandarina, me convertiré…
Así lo hice, y esa mata frondosa de mandarina, de la cual Ud. Se comió una, es mi madre.
¡Hice para vomitar!…
Pero no vomite… y me puse a pensar…
/Que parte del cuerpo de la señora, yo me había comido/
Una oreja, una mano, un ojo…
Despavorido, le dije al indio.
Vayámonos…
El indio y la mujer me dijeron.
/No se preocupe señor, que si se convierte en mata de mandarina, aquí mismo, lo sembraremos/.
Autor: Miguel Hernández Ledesma