Con la mojada luz de los horizontes
y el sueño que anochecía al adusto álamo
nos fue desvaneciendo la palabra; memoria,
e iba acudiendo el filo del cariño
pero estas varada, nunca aquí
¡ay, pausa orada!
El evanescente olvido navegó desde las huellas
despertaban tus raíces, te soltabas desde el mundo
y escogias de la noche la cumbre de tus senos
pero tú no quieres y los que no quieren son la noche.
Febrero me voló el sueño, sin desaire ni apertura
¡Vaya ínfula de un rezo que alguien pierde!
blasonando a los cielos naranjos de los remeros
y para que ellos sean acuden a las olas profundas.
Quizás sea semilla el llanto nuestro, ahí florece el dolor.
Dolor de flor más querida, te contaba la tarde una pena sencilla
y los gorjeos sin cantos que solo tú amabas
pertenecían a tu más himilde rencor.
¡A qué me sabes leyendo mis versos!
quién sabe tú, de voca ahogada y distante,
más distante el verso que tú y nada.
Crucé tu pecho y yo nunca me vi.
Ayer qué era esa larga voz de la sombra,
qué llamaba tu cintura cuando crecía
en el angosto ramaje de febrero,
y tu edad porqué se vio oscura cuando un rayo te besó.
Muere ya, tú tiempo va siguiendo mi latido
y sin ningun antiguo aliento aromado del sesgo de tu calma
yo puse a secar bajo la luna la sombra de mi mano.
¡Ya no vengas! moriste de astros, de tanta luz,
de una música pausada desde el comienzo.
¡Ya no vengas!
ya humean vinos en la memoria mía
ya madura el vergel de los violines
Ya las aves, ¡ay, las aves!
duermen en los luceros tras las notas
que yo nombré equivocadas.
¿Qué tanto tengo en la ausencia mía?