Y dicen que no es cierto que mi corazón está acuartelado,
cuando las celdas son ventriculadas
y los techos son estrellas pintadas cual grisallas.
Aún asfixio mis pulmones enrejados por verla
y muero por dentro mientras miro afuera.
Sargento,
la vida he olvidado por su mirada,
cautivado cual niño sin cuna ni vientre,
ni apenas ojalás o talveces que empujen las ganas afuera,
a la vida,
allí donde vivía hace años un inocente
que miraba las estrellas y la luna de su rostro en su cama.
Sargento,
y aún dicen que no es cierto que mi vicio es un campo,
una explanada, una sabana, un templo,
una tundra inundada de tedio,
un monasterio de canas, polvo, y ganas de más.
Enrejado contemplo la lluvia al chocar contra las paredes,
cayendo y arrojando los jueces injustos,
avasallando laberintos, sueños y mitos
que cautivan los hurtos y delitos del instinto.
¡Aún ganas de más, Sargento!
¡Y dicen que no muero con el tiempo!