Jamás olvidaré, abuela, los aromas de tu huerta,
donde olorosos jazmines, sedujeron mi nariz;
y de cuando en vez me enviabas a espantar una perdiz:
¡Que por buscar las semillas, graznaba en batalla abierta!
Con una fruta ligera, mi esfuerzo remunerabas,
pero jamás consentías me acercara a tus manzanos;
con infantil aspaviento te hacía mirar gusanos
y de inmediato su muerte, con voz recia me ordenabas...
era la ocasión propicia, para acercarme a las ramas,
deslizando entre mis manos, el codiciado botín,
que después, te lo confieso, engullía cual festín:
¡Dejando mi propio sello en las muy precoces tramas!
En tu jardín, generoso, despertaron mis pasiones:
¡Entre geranios, claveles, margaritas y azucenas!
también duraznos, guayabas, y las doradas colmenas:
¡En mi humanidad impúber, tatuaron mil impresiones!
Y ahora con emoción, quiero madre confesarte,
que de tu solar espléndido, sin admitir competencia,
mi vida entera marcó, la flor de la quintaesencia:
¡El nardo en cuyos olores, Dios, dejó plasmado el arte!
Los años inexorables, van extendiendo factura
de manera casi abrupta, mudando nuestro escenario;
y tantos hechos ya son un prolífico rosario:
¡Que en mí jamás borrarán, tu legado de hermosura!
El árbol que dio retoños, al caer vuelve y germina,
dotando a muchos renuevos con su esencia verdadera;
entonces habrá por siempre, copiosamente una era:
¡Porque tanta vida junta, nunca nadie la extermina!
JAIME IGNACIO JARAMILLO CORRALES
Condorandino