El porqué.
Ocurrió sin un porque, como suele ocurrir a veces en la vida real, donde no existen los trucos fantasiosos de las novelas.
Cuando la conocí, llevábamos la juventud iluminando nuestras miradas, esa miradas que todo lo confunden, las que todo contemplan exhortas y maravilladas, la edad donde todo es pasajero.
¡Que pequeño era el mundo, en ese entonces!
Tan pequeño que necesitábamos de la luna para albergar nuestros sueños
No existía ni una nube en nuestro cielo ocultando el sol que solamente se levantaba para broncearnos la piel, la piel donde un sendero de caricias dejaba a su paso dibujado un corazón palpitante de deseo, que a las sombras pacientes de los sauces, se saciaba.
Después, porque siempre hay un después, solo que en ese entonces no lo sabíamos, aparecieron ellos, los primeros nubarrones, que disfrazados de inocentes anzuelos iban, sin que nos diéramos cuenta robando de a uno nuestros sueños.
Y dejamos de mirar a la luna, que se volvió fría e indiferente. Con la cabeza baja alcanzaba para ver nuestro mundo que ayer nomás carecía de horizontes.
Un día nos descubrió la rutina languideciendo en nuestro hogar, cual marionetas sin hilos, yo con los treinta cumplidos, ella solo veintiocho, prisioneros de las sombras, recelosos y dolidos.
Pensé en abandonarla, pero sé que le hubiese dolido, a pesar de todo, las cenizas me recordaban otros momentos no tan malos, tal vez ocurrió por eso....
O quizás haya sido, por el simple hecho de saber que me engañaba, pero yo también había buscado refugio en otros brazos... tantas veces.
Podría haber sido porque su presencia se volvió con el tiempo insoportable, pero creo que no, podría haber aguantado un poco más, sé que yo podría haberla tolerado...
El porqué, será siempre una pregunta sin respuesta.
Ocurrió simplemente y lo único verdadero en ello, fue el placer de verla muerta.