La iluminación que impregna tus sentidos llega al último rincón donde nos conocimos, donde se conjugaron dos almas en rebeldía, donde jugamos a ser otras personas, nos olvidamos un instante del dolor que lleva consigo el adiós, ese adiós que significa no volver a otro otoño y no poder contar las hojas cayendo como tus pestañas, no sentir tu pulso ni mucho menos tu presencia, seguiremos impregnando otros lugares, nos enamoraremos de otras personas, crearemos infinitos recuerdos el uno sin el otro, sin embargo tu esencia quedara en mí como el perfume natural de tu cuerpo, aquel que genera unas ganas inmensas de volver a tenerte a mi lado y poder contarte las miles de historias que viviré y que en cada una de ellas no dejaré de pensar en ti.
En los nuevos senderos amaneceré pensando primero en ti que en mi propia presencia, solo así me daré cuenta que nos pertenecíamos más de lo que la razón puede explicar, más de lo que nuestros labios pueden gesticular, más de lo que las palabras pueden explicar; sabemos que nos significamos el uno al otro, desde el gesto más sencillo hasta la complejidad de la libertad y soledad que implica nuestro amor.
Nos dijimos adiós pensando que no era definitivo, jugamos a conocer el universo e incluso nos atrevimos a decir que el destino nos iba a encontrar, ahora que no estás me encuentro en los callejones fríos y opacos, en el momento que visualizo tu figura desde lejos corro apresurado a tu encuentro, pero al llegar a tu mirada reconozco que es ajena, que trato de personificarte y que ni siquiera esperar toda la noche en el lugar donde nos conocimos puede saciar este sentimiento…