El musgo de la libertad en España y New York.
No hay calma en el mundo para nadie,
Para nadie, para nadie.
Así os lo anuncio hermanos,
Bajo el claro de luna dentro del barro
En una charca poblada de culebras, cañas y ranas.
Que ocultan las calaveras recomponiéndose.
No hay calma en esta orilla de meseta, toro y luna,
Ni tampoco hay calma,
en la orilla donde descansa el cielo en una baranda,
Donde se apoya el turista y el judío.
Todo el orbe está en guardia,
en una larga vigilia en el patio de luces.
Evitando cualquier protesta,
Y con miedo a la llegada de alguien vivo
Con un saco roto a sus espaldas,
Dispuesto a comerse a los muertos.
Pero el viento ha cerrado,
en todas partes las puertas,
En las narices que se rompen,
de aquellos que salieron a buscar flores.
Y la gente ha despertado muy deprisa
Para hundirse dentro de una caja de sardinas en silencio.
Saben que se han AHOGADO,
Dentro del ojo de una charca
Por qué no han sabido trepar por el musgo,
Para caminar como las ranas y las hormigas
Por el agua.
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.
No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.
Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.
Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas
y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.
Federico García Lorca y Angelillo de Uixó.