Y él, sin saberlo, la estaba matando lentamente. Cada vez que sonreía, cada vez que la miraba, cada noche que la acogía entre sus brazos o la acariciaba recorriendo su cuerpo con delicadeza, con esa delicadeza propia de quien toca el piano o de quien sostiene en sus manos un recién nacido, cada vez que los silencios recorrían su mente tormentosa llena de dudas, cada vez que él se relamía por su deseo hacia ella, con cada café amargo y dulce a la par de las mañanas que compartían. Y ella lo sabía. Le entristecía saber que él la estaba matando de tan dulce forma. Y se apenaba al saber que él no la mataba. Al comprender que era un suicidio lento y doloroso. Que ella misma se estaba quitando dulce y amargamente, como todos esos cafés, la vida con cada sorbo.
\"Mis reflexiones de sofá\"