El Arlequín

LO SAGRADO DE UN BESO EN TU BOCA.

Para ti.

Nunca nada del alma; se debe mirar con ambición de lotería, pues solamente los mortales beberemos del cáliz de otra boca; un sagrado beso, como un brillo de rayo ante Dios, en la mirada tuya.

Nada; como el misterio de una profunda y otoñal mirada, mudando a regalo de humedad de sensual ofrenda, cuando en comunión queda lo que antes fuera sepulcro de esperanzas provocado por una egoísta boca.

Al llegar la hora del caer de las secas hojas, se entregan en confesión las puntas de los labios, hurgando la lengua tal cual; abejas en enjambre, hasta enredar latientes corazones.

Ritual interior vuelto asombro, con instantes de felicidad, luego se bebe todo el rocío del cielo, arrebato de vida que esparce un mágico orgullo de furtivos placeres. Como una cristalina abundancia de tormenta, con el ansia incansable de llevar al interior el ardiente relámpago de lo invocado.

O como mordaza secreta de invocar con urgencia un propio nombre, en donde nadie es extraño, solamente dicha callada que sale de entre labios, cuando suavemente sopla con su hálito la esperanza, en un caminar de intimidades entre jardines de aromadas almas que ciñen a misericordia de ilusiones.

Beso que de una ciega mirada... nace mudo; con sabores de dulce milagro y pálida luz de opio. Impiedad que alucina y lleva al cielo.  

Mismo y más que aquieta los halagos, cuando es por conciencia divina.

Entonces, colmadas las almas de bondad, un beso nace entre apologías benditas.

Voluntad amorosa de dos bocas dignas de amar, ojos que se apagan ante fatigado eco, descendiendo a las entrañas en donde dos verdades se funden en una sola.

Y nada más en este mundo, que cercar la compasión con un beso anhelado, para después voltear hacia el cielo azul, que revela el manto silencioso del gesto del aliento atrapado.

Morir de sed; nunca. Antes la promesa del retorno del amor y nuevas abundancias.

En la morada espiritual de las cosas íntimas, y a la hora del amor, un profundo beso; nos convierte en alimento santificado, cuando todo es un acto de conversación con Dios. 

Nace y crece, la armonía de un beso entre la voz de éxtasis que entre el cielo dice; y la voz que en la tierra desfalleciente calla.

La puesta de una mirada emocionada, es como seguir la ruta del humo fugaz de un sagrado incensario, en plenitud contemplativa de nubes viajeras.

Y que al final solo queda la Ambrosía; que nos deja surcando sonrisas, te deja en aquietados sueños. Y me deja, deseando por siempre… despertar en lo dulce de tu bendita boca.

Francisco Solano Castañeda.

 Julio 11 de 2016.