Quisiera meditar en la armonía como norte del saberme
Y una nube gris se interpone lúgubre para atraer el dolor
Yo que he sido participe de tantas y tantas alegrías no rio.
Me hieren los arpegios de las noches y sus fantasmas.
Me aterran las soledades llenas de presagios adoloridos.
Camino o más bien viajo, con las blanca y heladas nubes.
Todas las animas que transitan en las oscuras horas me
llaman entusiasmadas quieren alejar de su sino la soledad.
Mala compañía es la mía que sólo ofrece ofuscamiento y
erizada piel que busca caricias en el extravío y el desorden.
Mi cuerpo nunca sonríe ante lo posible y espera en silencio.
Curtidos está mis pasos con la reciedumbre del vil engaño.
No sé si algún día lección alguna será aprendida como joya.
Mis alhajas no las conozco de cerca, las dejo libres a su paso.
Sin piedad me desnudo al borde del acantilado llamado vida.
Creo en los enigmas del infinito aunque el olvido me visite.
A veces me siento raíz, rosa, mariposa, nube, viento y mar.
Pero en mi corazón, sabio maestro, se revela la natura fugaz.
Asustada me deslizo por mantener la cordura, que mis astutas
sombras se empecinan en dejar al desnudo sin compasión.
Al retornar del embrujo onírico que me separa de la realidad
claudico, para sumergirme en la sincera y dolorosa crueldad
que se asoma en las verdades desdibujadas por la fantasía.
El asfalto frente a mi cuerpo se presenta frio y brutal quiere
que conozca de su mano, la ferocidad de sus garras mortales.
¡Sólo la serenidad del amor propio puede exhibir el retorno
del amor de los iguales con el ímpetu de la claridad divina !
Raiza N. Jiménez/ 13/07/2016