Aquí estoy, en el silencio atroz,
en esta soledad inmensa,
dejando que la tarde deshilvane
recuerdos, sueños y temores.
Dejando que los nombres me retumben
en el eco lacrimal de las ausencias,
con el salado sabor de las distancias.
Dejando que los miedos, nuevamente,
ensayen su canto fantasmal,
aullando certezas memoriosas,
profetas insaciables de las sombras.
Dejando que me muerdan los recuerdos,
que en agitado tropel lo invaden todo,
acreditados en la vivencia intensa...
Dejando que los sueños su presencia
impongan en la tarde, finalmente.
Dejando que el soñar me robe el tiempo
porque nunca se sueña inútilmente.
Villa Futalaufquen, 6 de febrero de 2003