El loco,
que despunta su presencia,
y escruta,
su tic-tac y su existencia,
afina
el iris, ensaya su sentencia,
residuo,
paradojal de su demencia.
La musa,
que enjuicia su cabeza,
y enajena,
su lucidez y su destreza,
activa,
el nervio, nutre una pereza,
discurre una banalidad o una certeza.
La razón,
que lo asiste frágilmente,
y confina,
una utopía confidente,
numera,
la ciudad, cuenta su gente,
en el hospicio,
urbano indiferente.
El dislate,
que estruja su cordura,
y atraviesa,
el dintel de su estatura,
imagina,
un letargo, una premura,
una vis,
conjetural de su mesura.
La muerte,
que ensaña con inquina,
y se arropa,
terrestre y clandestina,
es la provisional,
miasmática, interina,
víspera,
condicional que lo conmina.