Espiar a los otros es un arte islámico. Allí es donde «todo puede caer bajo la atenta mirada del ojo». Se puede espiar sin poder ser espiado. Foucault vivió largo tiempo teorizando sobre la omnipotencia panóptica. Unos cuantos años antes, Orwell aseguraba que el ojo que todo lo ve era el de Gran Hermano.
El que acuñó el neologismo «panóptico», fue un tal Jeremías Bentham, que publicó en ediciones de bolsillo de la Editorial Losada, a razón de 40 centav...os el ejemplar, un librito titulado «El panóptico». Los flanneurs que solemos vagar por las librerías de usados buscando conseguir algún que otro incunable, solemos toparnos, de vez en cuando, con aquellos maravillosos rústicos ejemplares de tapas de un rabioso color naranja fluor. No faltamos, en esos verdaderos tugurios intelectuales, algunos observadores «panópticos» dedicados a la observancia del mandamiento que proclama . Sin embargo, ahí suele permitirse la lectura «panóptica» ejercitada con el noble oficio «panóptico» de aquellos estoicos viandantes que «de parado» pueden llegar a leerse la Biblioteca Nacional entera.
La vista ha sido un sentido fundamental para registrar los hechos más salientes de la historia. El célebre navegante Rodrigo de Triana, fue quien divisó las Indias Occidentales, al grito «panóptico» de «¡tierra!,¡tierra, a la vista!» Pero para qué vamos entrar en minúsculos detalles, si hasta en casa de los queridos lectores de este opúsculo «panóptico», nuestras viejas todavía suelen repetir hasta el cansancio que «ojos que no ven, corazón que no siente». En el mundo de derecho: ¡cuánta importancia que ha tenido la expresión panóptica que reza: «ojo por ojo, diente por diente»! En medicina, «el ojo clínico» es semiológicamente inevitable. Y En la estética del canto cobra importancia la lírica de «ochi chernye».
«Hace frío, mujer... y abrígate esos ojos», es una bella sentencia poética que no hace más que denunciar la importancia que tiene este otro gran aserto «panóptico», cuando el alma no da más.