Era un muchachito
recién destetado del frágil juguete,
inventándome el mito
y, ella, me sonreía desde su cachete.
Ponía en las miradas
un acento extraño que me estremecía,
con locuras diseñadas
y, yo, la miraba y me sonreía.
En un instante
no sujeto al detalle de la memoria
fue intensa su muda declaratoria
y me besó anhelante.
Fundimos las bocas
con la estrechez de simples adolescentes,
fantasías de tantos juegos presentes
en pinturas barrocas.
Acaricié sus pechos
rozando un deseo casi de estorbo,
escena prendida por ese morbo
de labios maltrechos.
Intento de novato,
domador inexperto de morados pezones,
que palpaba con la piel de las ambiciones
su sexo sin recato.
Nos sorprendió el amor
desflorando conceptos espirituales,
sorprendidos de vernos sin el temor
de los goces sexuales.