David Arthur

Stonehenge

 

 

Por el desolado y neblinoso camino desde Camelot,

el místico de nuestros besos en polvo volvió,

arrasado sin remordimiento por el viento,

mientras el músico con su mirada taimada

tocaba en su laúd su indiferencia

 

En los salones sagradas de la abadía de Glastonbury,

tu anhelo a flirtear no era para mi indulgencia,

sino más bien una vana tentativa de seducción,

para el valiente Galahad una mera distracción

en su búsqueda para el Santo Grial

 

Con tu ingenuo caballero galante

maniobraste tu paso de represalia

por mi indiscresión bajo el hechizo en Avalon

donde en aquiescencia cedí a ser un peón

 en el juego de favores de Nimue

 

Mi dulce Dame de Shalott escucha bien el ruiseñor

cuya serenata de amor sea para nuestra bendición,

que al llegar el alba dentro de los monolitos de Stonehenge,

presenciarémos los rayos del solsticio de verano,

alumbrando nuestro abrazo de genuino arrepentimiento

 

El cuadro Stonehenge por propio pincel