Cuando muera
no busque mi presencia en la carne.
Estaré en las estrellas,
en la sinfonía admirable,
jugando con pléyades y
en el crespúsculo de la alborada lunar.
Cuando muera
no me creas carne.
Seré viento suave,
flor solitaria,
onda insondable,
canto de ave, rama húmeda,
lumbre distante, puerto sin anclas y
ola vaporosa.
Cuando muera
no busque voz en mi carne.
Caminará por desiertos,
sobre páginas entintadas,
entre versos rayados,
al oído de un niño,
por tallos floridos,
en nieblas tardecinas,
en lo grisáceo de las nubes calmadas y
en el olor de un adiós sin retorno.
Cuando muera
en mi rostro no busque sufrimiento,
cuitas, rencor ni tristeza.
Estaré bien, muy bien, mirando pájaros y
escuchando liras bajo amados amarillos sauces.