Esta distancia no es tuya sino mía.
Y tampoco mía, sino de nadie.
Nadie que no seamos nosotros dos,
nosotros dos que somos uno
y uno más en la distancia,
que no nos pertenece.
No existen tampoco los respiros,
esos que se dan a la intemperie
cuando no hace frío,
ni calor,
sino tú
(y por consiguiente, yo.
Yo que tampoco existo).
Yo,
que sé perfectamente
que prefiero no saber,
sino saberte,
cada vez que eres luna/noche/silencio
y no estás,
ni estoy.
Y por consiguiente,
nos pertenecemos.
Carlos Alcaraz
8/04/2010