No hace falta usar alardes para cerrar las puertas
basta con utilizar las manivelas.
No hace falta añadir interrogantes
a los puntos finales
sino dejar que las cicatrices curen
y las exclamaciones no proceden, cuando ya no queda nadie.
No hace falta endulzar la despedida,
ni entristecer la mirada,
sólo hay que comprobar donde está el cartel de salida
y poner un pie delante,
porque de los adioses, solo me gustan
cuando ocurren una sola vez y nadie sale herido al despedirse.
Porque al final donde hay edificios,
siempre acaban construyendo más edificios
y los derrumbarán
y sobre el suelo volverán a ocupar su sitio,
sin embargo cuando deje mis labios, ya no quedará boca,
ni lugar que la ocupa,
salvo aquellos viejos olmos y sus hojas,
donde mantenías erguida tu cabeza
y yo intentaba quitarte la ropa,
donde antes había una hoguera,
ahora sólo queda ceniza.
Parece que suena a despedida,
pero no hace falta utilizar tantas letras,
la ausencia no deja mancha, ni rastro que la siga.