Ramas secas tocan nubes oscuras
asentadas sobre frías montañas.
El olor de la flor se fue en las piernas
de la doncella enterrada.
Por el vacío mojado iba el viento
matando mariposas y alborotando abejas.
Las sombras del desierto se
tragaron plumas de aguas.
Olas siniestras en las
manos de ancianos iconoclastas descansan.
En el silencio de la guerra
muere el combate.
A tu amor di de beber
en las charcas de alambre.
Mis pensamientos se han confundido
como espada enterrada en
sangrienta lucha venidera.
Muerte ubicada entre estambres,
marchitos desde tiempos inmemoriales.
A veces figuro cadáveres entre tallos
leñosos y en tubos de
lámparas arquitectónicas.
Salmos, oraciones, peticiones,
humo, incienso y camándulas veo y
escucho entre laberintos tenebrosos.
Es el día de los ataúdes entrelazados
en cementerios ensimismados.
Con su luto,
esparce la mujer lágrimas
metálicas y de azufre.
Ropas almacenadas de difuntos,
roídas por ratas nauseabundas,
vuelan erguidas hacia el camposanto.
Murciélagos decrépitos,
pasen rápido por las casas
de los enfermos olvidados.
El grito del acuchillado
despertó al labriego y se metió
por las casas sin ventanas.
Tras la marisma sube el hedor
a carne ensangrentada.
Muy lejos
alguien cava una tumba enchumbada.
Con el sonido de las campanas,
moscas de muladares penetran
por los intersticios de los acongojados.
Es la hora del dolor,
de la angustia solemne,
de las muertes sin piedad.