Samuel Santana

Día lúgubre

Ramas secas tocan nubes oscuras

 asentadas sobre frías montañas.

El olor de la flor se fue en las piernas

 de la doncella enterrada.

Por el vacío mojado iba el viento

 matando mariposas y alborotando abejas.

Las sombras del desierto se

tragaron plumas de aguas.

Olas siniestras en las

 manos de ancianos iconoclastas descansan.

En el silencio de la guerra

 muere el combate.

A tu amor di de beber

en las charcas de alambre.

Mis pensamientos se han confundido

como espada enterrada en

 sangrienta lucha venidera.

Muerte ubicada entre estambres,

 marchitos desde tiempos inmemoriales.

A veces figuro cadáveres entre tallos

 leñosos y en tubos de

lámparas arquitectónicas.

Salmos, oraciones, peticiones,

humo, incienso y camándulas veo y

escucho entre laberintos tenebrosos.

Es el día de los ataúdes entrelazados

 en cementerios ensimismados.

Con su luto,

 esparce la mujer lágrimas

metálicas y de azufre.

Ropas almacenadas de difuntos,

roídas por ratas nauseabundas,

vuelan erguidas hacia el camposanto.

Murciélagos decrépitos,

 pasen rápido por las casas

 de los enfermos olvidados.

El grito del acuchillado

 despertó al labriego y se metió

por las casas sin ventanas.

Tras la marisma sube el hedor

 a carne ensangrentada.

Muy lejos

alguien cava una tumba enchumbada.

Con el sonido de las campanas,

 moscas de muladares penetran

 por los intersticios de los acongojados.

Es la hora del dolor,

de la angustia solemne,

de las muertes sin piedad.