Me encantaban tus sonrisas de amaneceres,
los detalles intrínsecos de apetencias
que te medraban en los besos
y la insinuación al sexo
presente en el amago seductor de las caderas.
Disfrutaba los desenfrenos,
la certeza de tu lisura
y el espasmo glorioso en las carnes,
convocadas por una triunfal exultación.
El tiempo se me anclaba entre los huesos
aletargando el deseo de convivir,
desdoblando cada amanecer,
perpetuando el ansia de seguir tocándonos
sintiendo sobre la piel
el galope brioso del pecho amado.