Samuel Santana

Carta labriego a un letrado

 

Lumbrera encumbrada

 entre pléyades ocarinas,

reconozco no comprender

 tanto como usted

 que sí ha sabido ventilar

 orillas de puertos en mercados,

 enterrar alquimia de manivela,

hilvanar  álgebra de hojas partidas y

 buscar la raíz al intersticio del magnesio.

Le felicito por sus tantos momentos laureados

 en las academias de los respetables psicorrigidos.

Yo por mi nombre estampo tres cruces y

 en la rimbombancia me extravió

como barco sin timonel ni fanal.

Sin embargo,

puedo atestiguarle que he visto crepúsculos

 ardiendo en tormentos,

mares salpicando faldas de amaneceres,

 flores revistiéndose en acuarelas,  

mariposas desvistiéndose

 en árboles desaguados y

 colibríes entonando arpas bajo almenares.

En vallados de aires he comprendido

 argumentos de alondras,

voces apaciguadas en cañones,

caminos de inmigrantes emigrados,

falacia de puertas orientales y

 antiguos paisajes de sueños almacenados.

Del búho aprendí el horario del cerezo,

 de la melancolía el silencio de las olas y

 del invierno la razón del óxido polar.

Así que, respetable hombre académico y

 de los vericuetos amarrados,

con esta mi vida estoy más que ensanchado

como abejas en las arenas.

En esta montaña de aire puro,

vuelos constantes,

 lluvias cercanas y olores a flores y

hojas húmedas,

vivo sin requerir desafíos

 de enjambres dislocados y

 de cobardía trepadora.