Lumbrera encumbrada
entre pléyades ocarinas,
reconozco no comprender
tanto como usted
que sí ha sabido ventilar
orillas de puertos en mercados,
enterrar alquimia de manivela,
hilvanar álgebra de hojas partidas y
buscar la raíz al intersticio del magnesio.
Le felicito por sus tantos momentos laureados
en las academias de los respetables psicorrigidos.
Yo por mi nombre estampo tres cruces y
en la rimbombancia me extravió
como barco sin timonel ni fanal.
Sin embargo,
puedo atestiguarle que he visto crepúsculos
ardiendo en tormentos,
mares salpicando faldas de amaneceres,
flores revistiéndose en acuarelas,
mariposas desvistiéndose
en árboles desaguados y
colibríes entonando arpas bajo almenares.
En vallados de aires he comprendido
argumentos de alondras,
voces apaciguadas en cañones,
caminos de inmigrantes emigrados,
falacia de puertas orientales y
antiguos paisajes de sueños almacenados.
Del búho aprendí el horario del cerezo,
de la melancolía el silencio de las olas y
del invierno la razón del óxido polar.
Así que, respetable hombre académico y
de los vericuetos amarrados,
con esta mi vida estoy más que ensanchado
como abejas en las arenas.
En esta montaña de aire puro,
vuelos constantes,
lluvias cercanas y olores a flores y
hojas húmedas,
vivo sin requerir desafíos
de enjambres dislocados y
de cobardía trepadora.