PRÓLOGO
Este libro contiene poemas de amor.
Esta afirmación, aparentemente ingenua, oculta problemas ciertamente arduos. ¿Qué problemas son éstos? Entre otros varios, éstos dos.
En primer lugar, el problema de la concreción lingüística. Se trata de la elección apropiada de los instrumentos expresivos adecuados a la comunicación de lo que se quiere transmitir.
En segundo lugar, la originalidad de visión o de intuición. Como se sabe, lo importante no es qué se dice sino cómo se lo dice. En gran medida, poesía es saber decir lo que se dice sin importar mucho el contenido informacional de lo dicho.
En el caso del tema amoroso, lo crucial no es qué decir sino cómo decirlo de nuevo, es decir de manera fresca y novedosa lo ya dicho innumerables veces en todos los tiempos y lenguas del mundo. Los grandes poemas de amor crean (o han creado) un peculiar lenguaje que es el suyo propio, el que domina durante un segmento histórico mas o menos largo el sistema de normas y símbolos asociados a su expresión en una cultura determinada.
Los poemas contenidos en este libro están sometidos a una tradición parcial de la de occidente. Ésta privilegia o enfatiza los signos emocionales primarios de la dación amorosa, lo espontáneo de su manifestación. Sin embargo, en ocasiones trasciende esos signos para abrirse a significados más abarcadores y profundos que se relacionan con una visión del mundo mas general. Se encuentra esto en el contexto de asociaciones que el poema elabora y se condensa o sintetiza en un verso, en una imagen o en un símbolo tal como en el verso que dice:
“La apariencia de este mundo, es de polvo y es de nada” sentencia en la que puede intuirse la disposición espiritual del autor.
Estos poemas agregan a la experiencia amorosa y conocida el hecho de poner la vivencia de la vejez en íntima relación con aquella, generándose un cierto clima trágico o desesperanzado al interior del sentimiento erótico. Y éste hecho es un fenómeno infrecuente, por lo que merece la pena ser destacado como un rasgo de originalidad y de honesto valor en el autor.
Francisco Pérez-Maricevich