Esculpo versos mientras ella,
en el silencio de la alcoba,
pasa fría la noche.
A través del inmenso mar
de nieblas alcanzan ojos
tenues luces en ventanales.
Por el viento va,
lúgubre como el sueño gris,
la carroza de la desgracia.
¿Por qué no alcanzan
éstas mis palabras sus oídos?
Tras árboles cantan pájaros de arroyuelos.
Entre ellos, un ave triste,
vacía y sin arpa.
Sin querer,
imagino el inmenso cuerpo sobre el lecho;
huérfano, anhelante y volcánico.
Ella piensa en olor a aurora y
en gotas cristalinas deslizándose
suave como algodón
por pétalos adormilados.
Más sé que ignora mi vigilancia
sufriente, agonizante y
desesperada cual barco sin destino.
En celo, mi alma puso cerco
de fuego a sus paredes envidiables.
Soy centinela de altura
con dardos y espada indomables.
Solo al aroma primaveral
del jacinto permito tocar, con cauto disimulo,
su mordiente anchura emblemática.