Entre oscuros árboles
veo el viento como salvaje potro desbridado.
El silbido tenebroso se acantila
tremendamente entre balcones desorientados.
En la humedad,
petrificada en el tiempo y aconteceres,
llora la sanguijuela la tristeza
de los manzanos podridos.
Hojas abandonan ramas y
se adhieren al ímpetu que va partiendo
el espacio vacío sin piedad ni compasión.
Gimen láminas oxidadas en techos de
cartón y entre voces asustadas de
obreros sin gobiernos ni amparo.
Bestias, aves y mariposas corren a esconderse
bajo peñascos inseguros y antes que
llegue la nauseabunda putrefacción.
Roncando por allá se acerca tenazmente
la muerte con su negra capucha,
la torcida guadaña y el malvado
rostro apocalíptico.
¿Quién socorrerá la niña,
a la viuda, al huérfano y a los enfermos?
Desde el enojo del oscuro cielo
nace la borrasca azotadora.
Reza el cura y ora el santo en santuario
empero el mal no responde a retroceso.
Es decreto de emperador universal.
Aguas salen de causes,
olas se encrespan matándose contra piedras y
brama el mar como dragón que
sangra por la enrojecida herida.
“! Socorro!”
gritan marineros sorprendidos
en bamboleantes embarcaciones.
Es el infierno cargado de terror que viaja
por tierra sembrando desgracia
en la horripilante y espantosa hora del dolor.