Extasiado en la tibieza de tu lecho,
con la tenue luz que cruza la cortina,
sumergido en el perfume de tu pecho,
vi en la sombra aquella hermosa golondrina.
Vi tu cara, vi tus hombros, vi tu cuello,
confirmando que la diosa más divina,
me dejaba deslizar por su cabello,
hasta dar con tan hermosa golondrina.
Tus caricias, tu mirada suplicante,
los gemidos de tu esencia femenina,
hasta el clímax lujurioso y dominante,
me llevaron en tu hermosa golondrina.
Esos labios carmesí son mi tormento,
la tersura de tu cuerpo me domina,
y va libre en el vaivén del pensamiento,
el tatuaje de esa hermosa golondrina.