Hilario Esteban

\\\"Magdala\\\"

 

 

Magdala

(pubertad)

 

I

 

Por la vereda,

sentado sobre la roca del deseo,

bajo el almendro, le vi pasar....

 

esplendorosa la mañana

un semblante nacaroso bañado de luz.

la noche fugitiva se escondía apenas tímida

el sol se levantaba tras los sauces para dar vida.

 

le urgían sus piernas ligeras,

un eros lascivo, enredado en su pelo;

el coral de sus ojos

reflejo de luna en los pozos

lucían como celestes astros en el horizonte del cielo.

 

La piel tersa donde el brío escandaloso

hacían nidos avarientos de ojos ajenos;

un ardor mudo en sus labios;

la eminencia de su cuerpo

como un copo de oro engastado.

 

Aleteaba el feto de un amor dormido

en su piel de seda,

exacerbación de encanto

al paso de su pie descalzo.

Apeé el orgullo;

como un transeúnte apea el fatigado bulto

en las frescas orillas de un rio.

 

II

 

Mis mas hondas luchas,

la mas profana hipocresía

rodaron disueltas casi exánimes,

expirando vergüenzas en la carcoma de mi rostro.

 

Y fui tras sus pasos,

con el hambre de un niño,

por el afán goloso de su boca,

con el latido inerme de un corazón perseguido.

La carne suelta sostenida por mis huesos

cabalgaba asustada con mi alma joven;

con el poema en mis labios

tan callado, sin haber nacido.

 

Su voz afable, de ritmos calmos

vertebra de canto ruiseñor sobre la rama

brotaba singulares,

sus labios belfos color carmín

amoldados perezosos como un tulipán sin abrir,

su cuello sutil de azucena,;

su nariz fina armonizaba suspiros,

propia caricia del viento sobre los valles.

 

 

Una transpiración enferma

en la palma de mis manos

la comezón extraña en mis dedos

por arpegiar el idilio de sus notas,

mis acordes ilusos

percutían en el libido de mis encéfalos;

 

¡Ah! ¡Que campanadas en la cumbre de las montañas!

el arpa asiria en la corte de los reyes

no melodían tan febriles y alborozadas.

 

III

 

Le herí con la mirada.

me sedujeron sus ojos;

tome su mano en la mas recóndita hora,

recorrimos la calle de los rabies

como dos guerreros en marcha entre las sombras

conquistamos el horizonte;

atravesamos el faro de las eventualidades .

 

Y un día en el forcejeo riguroso de la hora

bese su frente,

hubo movimiento de nervios en mis labios

la taquicardia inconsciente de mi vergüenza.

 

Me entrego la llave de su alma,

le entregue el febril ácoros de mis mocedades,

sentí correr feroz mis debilidades.

 

En la penumbra de mi flácida fantasía

no hubo loca osadía;

me apuro afanosa la caricia

entre el fino edredón de sus manos,

al paso lelo de mi barbilla.

 

¡Eran tan sublimes las estrellas !

Cantaron mis sístoles, cantos ruiseñores.

 

 

Se abrieron de par en par las almenas

fortificadas de sus castillos;

el canto de amor en su cuerpo

casto, breve puro,

olor de melón tardío

como una flor menuda en madrugada

meneada por las aguas a la orilla de un rio

yacía a la intemperie sin el miedo del hastió.

 

Caminando con la mirada perdida

Hacia la recamara del placer, oliendo a pecado

Sin la mas mínima desazón, aturdida .

 

IV

 

Allí un escapulario , una vela

un armario; un dibujo hecho a mano

gotas de agua cayendo de la regadera,

un collar color turquesa, también un campanario,

un cubo con monedas;

unas frutas sobre la mesa.

 

Los cuernos de una cabra parecían colgaderas,

habían tres, cuatro manteles

de fino lino, cerca del espejo; colgados.

 

Hacia la puerta unas macetas

donde crecían rosas y gardenias,

sobre el sillón una linda piel,

¿no sé de que felino era?

 

Contra la esquina un buro

donde se colaba el sol de primavera.

 

Frescos como iris los perfumes

y en el centro un retrato de Ella,

!Si!, olía ;

Como la vertebra de una nuez.

¡Que flor del Nilo!

¡Que matiz!¡Que brillo de estrella ¡

Aquel ambiente de epopeya.

 

Como un pedazo de Edén.

jardín de magnolias,

margaritas, lilas, azucenas

allí pétalos regados de anemonas.

Sobre la cama, sabanas blancas de lana

 

Y el estertor dentro de mi ser;

 

un cobertor purpura ajado a punto de caer.

 

Un cabello largo rizado

caído de su cabellera .

 

Una estatuilla con su amante abrazados

en el hasta, que moldeaba la cabecera;

sobre aquel piso color miel

retazos multicolores de prendas intimas

casi desvergonzadas;

joyeles desnudos de la prenda deseada .

 

V

 

En silencio le susurre cosas de amores

con palabra casi callada en mis labios dilatada.

Su silaba, su voz,

sus orejas pétalos de flor

su ovulo como perla tallada.

 

Le toque, el cuerpo al azar ;

como consonantes de un poemario

la jugosa almendra de su cuerpo

teñida de un greco almíbar.

 

¡Que espejo de su alma desnuda!

casi vencida

con somnolienta y apresurada voz susurro;

le respondí con suspiros vanos

se erizaron sus poros,

se abrieron sus néctares

hubo barniz de ópalo en sus ojos.

 

¡Entonces nació el poema!

tenia rima desde el arco plantar

hasta el curvo sedoso de su coronilla,

su voz en soneto estructurada

fonema en el ombligo

amoldado como una zirconia

su piel insaciable de mi beso nómada

fermentada en una visión de sentimientos arcanos

al obligo indecente de una zalema

le coteje la mas intima trastada

al juego indecoroso de nuestras manos;

mientras rozaba el eros de su diadema.

 

Besando el dije ardoroso,

entre la curva de sus alas

acaricie la expansión de sus poros

Y el resto de sus pléiades.

 

(Me pregunte ensimismado

¿quién no ha bebido manjar de otro vaso?

¿quién no ha arrancado rosas, en jardín ajeno?

¡Oh Jardinero en la poda de la rosa mas bella

Tendrás que perdonar las espinas mas hirientes a su paso!)

 

VI

 

Hoy me hinco ante las palabras escritas en la arena

Vociferando como un rayo mi nombre

No era un hombre cualquiera

El que le levanto con su mano

Mientras cantaba uno de sus versos

¡El que este libre de pecado

tire la primera piedra!

 

Basándome en esa premisa intrínseca y verdadera

Diré como el mas humilde de los humanos

Júzgueme quienquiera si nunca, siquiera

ha alimentado pensamiento profano.

 

Le conocí camino a Cámpelo

decían sin conocerla, muertos de celos

que provenía de una dinastía de Magdala

yo siempre creí que venia del cielo

cuando me beso

con su piel

¡Tan suave como el terciopelo!

 

 

Autor: Hilario de Jesús Esteban Lopez.©

2015