Salvo honrosas excepciones, nadie ha vivido jamás del arte no especulativo, los creadores de cuadros millonarios murieron en la indigencia, los poetas quebraron sus plumas en periódicos infectos, solo los mercenarios medran en los prados mediáticos cebados por oscuros mayorales. El cantor de Guaraní ha muerto en el destierro, se dejó la garganta y los cojones en las alambradas del silencio intentando gritar en el desierto, pero le robaron los ecos.
El arte concebido como expresión de la vida es sospechoso, despierta recelos entre los biempensantes, el arte es rompedor, provocativo, nos sacude de la siesta, nos impele al futuro. El poder necesita pastores culturales, no maestros, una obra de arte es subversiva por definición porque rompe con los cánones impuestos, porque aporta una nueva perspectiva una visión distinta a la que pasta en los páramos oficiales.
El exilio de los científicos nos hace rasgarnos la vestiduras, pero en este país huérfano de ideas han sido los pensadores, los poetas, los artistas, los eternos proscritos, los intocables del sistema, los enterrados en el lazareto de la historia. Cuando todo tiene un precio sin que su valor importe, cuando la gran ramera oficia en telecirco, cuando los premios literarios son como el IBEX del talento amañado y los auténticos valores sobreviven escribiendo en negro, solo internet nos da la posibilidad de expresarnos, de publicar sin ligueros ni sostenes, sin tener que menear el culo para que otros se la meneen a nuestra costa. El futuro está en nuestra pantalla, los poetas, músicos y artistas emprenden nuevas sendas, las gárgolas editoriales se encienden de ira, pero ni la gran arpía podrá detener este movimiento libertario que devolverá a las artes su frescura. El mañana está en nuestras manos, no lo vendamos por un plato de lentejas aunque estemos muertos de hambre.