Sí, convencido de mi decisión
conversé con la madre
de las calandrias y le dije que tú y
yo habíamos alcanzado la química
para juntos eternamente capitular
los entuertos del fuego,
amaestrar los giros torcidos de la luna y
matizar los colores de las mariposas extraviadas.
Definitivamente he visto a un corazón
que ha sabido fertilizar el germen
de los versos peregrinos,
aventureros, humildes y tímidos.
Has arrancado la ardiente pasión
que frenéticamente impulsa a convertirte
en la madre de meticulosos y
secretos poemas acaecidos en noches
de insomnios y divagaciones por unos
ojos de serpiente astuta.
Dime amor,
¿en qué territorio está exactamente
el lugar donde deseas tender y
abrir tu exquisita y envidiable amapola?
Tengo la madurez y experiencia
para con mis manos y cálidos labios
apreciar la intensidad de todo su aroma y
el punto profundamente germinal de los
indiscutiblemente aguerridos estambres.
Te aseguro que todo ocurrirá entre
silencio, palabras,
hondos suspiros y
pares de copas.