Nube de naftalina que expide la más soez de mis comisuras —otra grosería de tantas que emana— ¿Se disuelve con el viento o el viento se disuelve en ella?
Trato de perseguirla pero huye de mí. Escapa. ¿A qué le teme? ¿De quién corre? Cúmulo grisáceo abducido por no sé quién, usado para no sé qué.
Tatuaje efímero del cielo.
Pero ahí va, burlándose de mí en mi rostro. Me musita, lo escucho.
Intenta conversar conmigo esa amorfa nubecilla ávida. Alígero voy creyendo descifrar su mensaje… Creo estar cara a cara en un espejo —ya que toma distintas y variadas figuras aleatorias, algunas irreconocibles, otras inconcebibles y unas más abominables, así como nosotros; los humanos— Pero aun así la escucho farfullar; sílabas, sonetos, amargura horripilante, desastre y paz. Se vuelve más claro su balbuceo mientras más se aparta de mí. Despierto al momento siguiente a causa de las picaduras de la hormiga resiliencia en los meñiscos, varado en donde todo comenzó.
Pero sólo vislumbran mis oídos la testa; el esbozo de su cuerpo.