Nos dejábamos llevar
como hojitas en el agua,
tú, eras las laderas,
las suaves curvas
que me conducían;
yo, el torrente
que pretendía
erosionarte,
lamiendo los costados
de tu geografía dulce.
Engendrábamos el agua
llenándola de flores,
que emergían
a la vida:
desde las bocas
desde las manos,
desde los sexos líquidos,
desde los transparentes gemidos,
desde la respiración entrecortada,
desde las miradas
que se caían de los ojos,
El sol se escondía
a nuestras espaldas,
y nos dejaba
con dos velas de testigos,
y un montón de poemas
revoloteando en la habitación,
diciendo tu nombre y el mío,
juntándonos en cada palabra,
pegándosenos en la piel,
empapándonos de olor a versos.