Transitando...
Transitando...
por cielos, mares,
bosques, ríos,
valles, esterales,
pequeños pueblos, grandes ciudades
y por todos los caminos,
y lugares,
va el Eterno Nazareno,
preguntando...
La pregunta es la de siempre
y la hace a toda la gente...
Una a una las personas,
ante Él presentes,
quedan pensando
un momento, antes de que pase...
Y Jesús continúa caminando,
transitando por el mundo, que aún creyente,
duda y, muy descuidadamente
se pierde...
e, indefectiblemente,
sin poder contestarle
su pregunta:
siempre yerra,
siempre miente...
En la árida ladera,
en un pequeño hueco,
a mitad de una de tantas montañas,
vive un ciego...
que espera;
cuando Jesús llega,
y, a su ruego,
el Señor le repite su acertijo:
-“Dime tú,
¿quién dices que soy?”
El hombre
(que nunca vio la luz),
sintiendo el fuego, entiende...
y, mientras sus manos hacia él extiende,
cayendo al suelo,
le dice:
-“¡Tú eres el Hijo,
El Mesías, El Dios mismo...!”
Luego, en un milagro
(y, aunque no lo necesita),
tocándole los ojos,
le devuelve la vista.
El antes ciego (y ahora vidente),
muy excitado,
ve por vez primera
el anhelado rostro del crucificado
y exclama en un casi-grito:
-“Señor, que bueno que era ciego,
si no, jamás me hubiera dado cuenta,
te pregunto: ¿por qué estás disfrazado?”
Él le contesta:
-“Pequeño hermano mío,
los hombres, en la religión
que de mí hicieron,
me pintaron como lirio...
pero así como me ves
soy más: una espina en un talón...
y nadie quiere acompañarme en mi martirio,
muy pocos entienden
que en todas partes estoy
y, en ésta, mi apariencia, no me atienden...
Y, ahora me voy”
dice el Maestro, mientras toca
con su mano la pared de la caverna,
retirando con la otra, de su pierna,
donde estaba apoyado, su bastón.
Y pasando, de la cueva, por su boca,
golpeando el piso y la pared rocosa,
con un rítmico sonido que se parece a queja,
su figura,
la impresión deja
en el solitario habitante:
que él mismo fuera
(el ciego, que un momento antes
era...)
¡qué, de ahí, se aleja!