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¿Quién nos quitó la noche cuando nuestros labios
eran volcanes ardiendo besos por sus paredes
y nuestros manos se adentraban en las algas,
en la vegetación de las instancias epiteliales?
¿Quién osó mirar nuestro fuego que corría
como lava en nuestros cuerpos, y se llevó el instante
en que nuestra sangre llegaba hasta el éstasis
para hacernos rodar por las laderas del amor?
¿Quién nos quitó la noche…?
¿Quién nos robó el encanto?
¿Fue acaso ese instante en que salta la liebre
y el cazador se queda con la presa en el fusil
como maldiciendo a aquello la espantó
cuando prestos a esparcirnos bajo las estrellas
nos alteran cien focos tendidos al unísono?
¿Fue acaso ese quiebre de voz que carraspea
en el quicio, mientras espera nuestra compostura?
¿Quién fue…?
Quizá fue la costumbre de encontrarnos tarde
y esperar, ilusionados, que la noche sea eterna
y que no haya un momento de alteración de los sentidos…
Quizá….
Pero de pronto se hizo el día…
y nuestra erupción quedóse trunca
entre la chimenea y el cráter...