Yo traigo una palabra grande y
completa contra el olvido.
Trazo trigales y estatuas de patriotas
al tronco de los árboles de la plaza.
Y bajo las piedras consteladas
puntualizo versos con olor a puertos
y puntos de partidas.
Soy el canto de la noche estrellada
contra aguas y arrecifes.
Si me ve cabizbajo, pienso en poesía.
Busco acordes entre el viento
que viaja por lo íntimo de la tierra.
Luz y sombra que van juntos.
Tu adiós de ayer,
pausado como giros de águilas,
todavía no ha llegado hasta estos linderos.
Pisando la mojada arena,
miro entre nubes tu callado rostro.
En mis manos,
éstas que están llenas del aroma de tu piel,
aprisiono cada uno de todos tus sueños.
Firme en este punto,
con manzanas alimento al viento y
le doy mi ilusión,
esperando que a tus oídos entregue
todos mis temores.
Una luciérnaga piratea tus huellas,
ya cuando se aproxima el crepúsculo.
Yo conmino al trueno y al relámpago
a disponer de sus modales de paz.
Sostenido en el color de una amapola
he calmado la inmensa angustia del desprecio.
He sabido atar entre las patas
de las nubes los mensajes desfallecientes.
Con un tintero repleto
sobre la mesa singular,
hago guerra contra demonios
fabuladores del amor integro.
A pesar de las nieblas,
de las fronteras vacías y
de los relicarios desarticulados,
sigo fijo en tu mirada.
Sé que hay conspiraciones
para abortar los senderos
que te traen hasta mí.
Pero he encriptado los códigos
de los huracanes
que aguardan los reparos
de tu entrada triunfal.
Prometo que abriré
con las manecillas del vacío
los intersticios secretos por donde
entrará tu alma completa.
En una madrugada de rocío,
repentinamente recibiré la noticia
de una oración mensajera.
Entre cuadros repletos de alheñas,
ahí meteré los dolores de mi honda soledad.
Oigo un bramido de aguas:
cerezos que abrieron sus puertas.
La claridad del cielo atravesó
las marismas de las nubes y
llegó hasta mi Patria angustiada.
El ajenjo está a punto de secarse.
Las sombras negras de los buitres,
tendidas en el suelo como
alfombras misteriosas,
fueron almacenadas para mezclarlas
con los sonidos de la muerte furtiva.
Con la intrepidez del buscador
de oro en las piedras,
resguardo tu nombre para que siga
vivo entre los rayos del amanecer.
Amor mío,
sueña tranquila que hay una tierra
donde todo me lleva a ti.
Los ojos ciegos del destino
brillaran un día cuando escuchen
el sonido mudo de tus suaves pasos
entrando por lo ancho de mi bohemio corazón.
Mi espada es heroica y
sabrá hasta entonces vadear desilusiones e
intentos fútiles por arrancarte
del hondón de mi espera.