No quiero dialogar con hombres
que no amen el silencio y
las pausas de los vuelos.
No quiero tratar con un corazón
que no huela a flores,
a olas viajeras,
a polvo solitario y
a noches de suspiros.
No quiero ir por senderos
donde encuentre huellas de farsantes y
de explotadores de pueblos.
No quiero una cama donde
a mi triste alma, sin sonroja alguna,
la priven de soñar.
No quiero montañas donde
no silbe el viento,
hayan podridas hojas,
pesada frialdad,
trinar de plumas y
olor fresco a nubes grises.
No quiero estar donde
las gentes corran desesperadas
tras lo inocuo, lo vano y material.
Cerca de mí no quiero
un alma presa de soberbia
y por entero entregada
a mordida petulancia infernal y fugaz.
Tampoco quiero morir
con una muerte que ande
buscando a vivos entre puertos sin anclas
y entre un lúgubre y olvidado arrabal.