Del texto le brota aquel
aprendizaje común
porque un libro es, también, un
pedagogo de papel.
La sapiencia fluye en el
por surcos gramaticales.
Y en las aulas literales,
al despegar las cubiertas,
deja las alas abiertas
a vuelos intelectuales.
Cuando el escritor revela
su pensamiento profundo
el libro que lee el mundo
se transforma en una escuela.
El compendio le consuela
toda la hambruna al humano.
Y el intelecto lejano
que en grafías se revierte
ante el lector se convierte
en un preceptor cercano.