De ese sueño ya quiero despertarme,
y pensar que todo ha terminado,
olvidarme que alguna vez te he amado
y, sin rencores, volver a levantarme.
La espada que clavaste aún existe,
muriendo está como racimos de un viñedo.
Poco a poco voy desterrando el miedo,
pero es la tristeza la que, aún, persiste.
Por las noches salgo a contemplar el cielo,
a deleitarme con los frutos de la vida,
y siento como mi alma, contenida,
con su candor va derritiendo el hielo.
Tengo fe y mantengo la esperanza
de ganar, por fin, esta partida,
curando, de a poco, la profunda herida,
pero bien sé que sin amor no alcanza.
La llama de este amor ya se ha extinguido,
aunque, clavada en mí, como una daga,
aún siento el frío filo de la espada,
que atormenta a mi corazón casi vencido.
No reconozco el néctar de tus labios,
Ya ni recuerdo haberlo saboreado,
son enigmas que circundan mi pasado,
un vago amor que no ha dejado ni resabios.
Ya no me acuerdo de ti, ni sé quién eres.
Y no me importa lo que has hecho con tu vida.
Pero una cosa sé, esta es mi despedida.
Yo me salvé…tú sálvate si puedes.
María Elena García Giraldo (DR)