El vuelo impertérrito
de un cuervo me zarandea,
como un reloj sin tiempo,
buscando siempre el rumbo
de mi corazón.
El humor turbio
del cielo lo acompaña.
Pienso en una conspiración
de las cosas para postrar
mi alma en la confusión.
Ya me llega el vaho a pueblos
sin pan desde tortuosas fronteras.
Con atuendos negros
y el valor en el aire,
lloran las madres por los
linderos de la plaza.
El grito es siniestro y
llega hasta el corazón
de los cementerios mugrientos,
con el mismo ardor de
la tierra sin agua,
derrumbando los cimientos
de las palomas y de las
estatuas sin manos.
Los oídos de quienes
deben oír,
desgraciadamente están
empapados de alcohol
y de alcoba indiscreta.