No lo puedo evitar, no tengo armas.
Tampoco puedo defenderme de tu asedio.
Sigue tu aroma metiéndose en el medio
de mi cuerpo al que, sin piedad, desarmas.
El embrujo de tus ojos me cautiva,
pide pista al aeropuerto de mi alma;
aterriza y se acaba, ya, la calma,
quedando como un barco a la deriva.
Pero si Adán una Julieta hubiera hallado,
quizás no hubiese mordido la manzana;
o si una Eva, bajo su ventana,
de Romeo, el amor, hubiese despertado.
Tal vez, la historia, otra hubiera sido;
probablemente no te hubiese hallado,
y entonces, hoy, mi corazón despedazado,
no estaría soportando este castigo.
Dices amar, pero tu amor, enmohecido,
son cenizas que el viento se ha llevado.
Más, ni seguro estás de haber amado,
sólo de haber tenido el cuerpo complacido.
Y aun así, sigo cayendo entre tus brazos,
perversa decisión la que me asiste,
es que mi amor, a tu complot, no se resiste,
y de tu juego sigue atado en finos lazos.
Destrozada está mi vida, cual escoria,
y no lo entiendo, por mucho que lo intento,
y si hubiera Adán cambiado este momento,
no sería éste el final de nuestra historia.
¿Te digo adiós o te doy la bienvenida?
Contigo, cada hora, es algo nuevo.
Frío y turbio es el submundo en que me muevo,
y aun así, caigo a tus pies rendida.
María Elena García Giraldo (Derechos Reservados)