Mordiste mi boca
de una manera tan sutil
y hermosa
que sentí
que jamás te irías.
Adornaste mi cuello con tus brazos
y tus ojos
me obligaron a escribir poesía.
Aquella noche
sonreíste tanto
que fuiste tan bella
como el parpadeo de una estrella.
En tus labios,
en cada beso,
crecían flores
y promesas.
Esas que se juran
mirando a los ojos,
apretando las manos,
susurrando al viento.
Hacían hogar
mis manos en tus caderas
y puedo jurar
que podía llenar en ese momento
tu vida con palabras.
Palabras llenas de futuro
aquí, allá
debajo de tus lunares,
arriba de tus ilusiones.
Podría llenarte con poesía,
con toda esa palabrería absurda
que de mí brota
cada que te miro.
Aquella noche,
vida mía,
soñé que nunca te irías
cuando tu mano
a mi alma seducía.
Y fuiste mía
y tuya la vida
cuando entre mis sábanas
hacías la música más hermosa
que nace de tu respiración
y tus latidos.
A veces pienso
que no existes,
que no fuiste real.
Pero dime,
¿Cómo olvidar
aquella noche
donde mojaste mi soledad
con toda tu tristeza y tus ganas?
Ganas de ser todo
y nada
de brincar, volar
y jamás volver a pisar
esta tierra llena de cadáveres
que no dejan de respirar.
Como olvidarte
si te llevaste la poesía en tu piel,
no tuve oportunidad de memorizarla
porque era mirarte
y mi lengua no paraba de adorarte.
Me hiciste soñar
miles de aventuras contigo
siempre de tu mano,
enamorado de tu existencia
metida dentro de ese vestido
color de noche.
Creí que nunca te irías,
pobre iluso,
¿Cómo poder detener tu vuelo
con simples versos de poca suerte?
Sigo mirando el cielo,
ciertas noches,
donde gana la batalla tu recuerdo
y descubro
que la luna
sonríe de la misma manera que tú.
Espero algún día
aparezcas entre las nubes
y te acuerdes de mí,
de aquel poeta sin suerte,
que le bastó una noche
en tu piel
para vivir lo que en este mundo
se dice extinto.
El amor.
©NicolásRangel/Reservados todos los derechos. Agosto, 2016.