El aire del pan está hoy desamparado,
salpicado por la mugre de pobre,
como un triste obrero cansado.
Las lágrimas del niño hablan
de angustia. Lo miro, hasta
que se me agota
el alma de dolor.
¿Qué manos siniestras alejan el
mendrugo de los cuarteados labios?
Y pensar en tantas guerras
por simples baratijas.
“Con agua endulzada duerme
Pedrito esta noche.
Quizás mañana sea distinto”.
Yo, mísero poeta,
me fundo en los cuerpos lánguidos.
“Deja a mamá que duerma,
que nuestro silencio calme su angustia.
Nuestro dolor podría arrancarla a destiempo”.
Los puertos están llenos de caudales.
“Que hermoso, por nuestro techo vemos
el color de la lluvia y las tiras
del viento invernal cuando pasan.
Arrinconemos nuestras mudas,
Pedrito, por donde se escondìan las arañas”.
“Hace mucho que las huellas del pan
se borraron de la puerta de ésta casa.
Estamos solo, muy solos:
las hormigas se mudaron.
El silencio de la oscuridad me
trae olores de pomos.
No sé de dónde saca mi
vieja pecho para tanta tos”.
Su rostro es el fracaso de la Patria.
Si el viajero tropieza con perros
mojados, ecos vacíos y
sombras de dolor, entonces
sabrá que llegó a esta tierra,
a la frontera donde ya no existe
hálito de esperanza.