Anahilda Garcia

VEJEZ

VEJEZ

 

La casa esta triste las paredes hablan

sentada en su silla una anciana llora,

en la mecedora otra anciana canta,

se mece y se mece contando sus lágrimas.

 

Junto a la ventana muy desconsolada

una santa abuela pasa allí las horas

esperando a un nieto que hace mucho tiempo

una fria mañana la dejo olvidada.

 

En el otro extremo otra anciana triste

camina despacio con cansado paso

pues le pesa el alma, ella no recuerda

sus penas amargas.

 

¿Donde están los hijos de esas dulces madres

que los arrullaban y que les cantaban

preciosas canciones llenas de esperanza?

Cuando los recuerdan se les rompe el alma.

 

Hijos sin conciencia que ya han olvidado

que cuando pequeños de miedo lloraban

y muy asustado corrian a sus brazos

una voz tranquila y suave los calmaba.

 

Pobres madres solas, abuelas cansadas

que hace muchos años tuvieron sus hijos

nueve largos meses en su hermosa entraña.

Hoy se sienten tristes y desamparadas.

 

Quizás ya muy tarde todos esos hijos

broten de sus ojos lágrimas amargas

y recuerden siempre que un día abandonaron

a sus madres santas.

 

Anahilda Garcia

 

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