Samuel Santana

El náufrago

Aferrado al recuerdo de tus ojos

 atravieso el misterio de los crepúsculos.

 

Entremezclo el sabor de tus labios

con las muchas llegadas y despedidas

 de las mariposas y de las abejas.

 

A la soledad,

señora de todos los silencios,

 la devoro con el eco de tus pasos,

 que me llegan desde lo más

 recóndito de la tierra.

 

¿Qué hora es en el reloj

 que guarda tus palabras?

 

Abro mis brazos e imploro

 que ahuyentes mis temores

con el fanal de las noches

 de huracanes y tormentas.

 

Chiquilla de mis sueños,

olorosa siempre a

eneldo y a topacio,

 no apartes el ancla de tus pupilas y

 el sostén de las sandalias de tejón.

 

Bañado por esta sal lacerante,

siento el vaho del peligro que

se enreda en espumas y

 en profundas

 fieras mortíferas.

 

Entre mi cielo y la humedad,

 solo veo el vacío,

 tan extenso y abismal

como la ausencia de tu aliento.

 

No sé de donde,

pero en esta hora crucial,

feroz como Leviatán inescrutable,

 a mi vida quiere entrar

una melancolía difícil,

 maliciosa,  atrevida

y terriblemente punzante.