A las 19:25, mientras el Hindenburg ya había largado los amarres y se acercaba a la torre, se observó a popa un destello de fuego de San Telmo, que son chispas extensas e inermes de electricidad estática (había habido una tormenta eléctrica y el aire estaba cargado eléctricamente). Repentinamente, se prendió fuego en la parte superior de la popa, extendiéndose casi instantáneamente por todo el dirigible mientras la estructura caía lentamente sobre los pasajeros que saltaban desde una altura de 15 m…
El Incendio del Hindenburg (1937).
Cuánto te hubiere querido, entre cejas de sequías,
y abrojos y nocturnos deseos de aguijón.
El ardor que en la oquedad refulgía,
era blasón,
de una nave que recorría,
las nubes del celeste septentrión.
El fuego que camina es una premonición,
un milagro, un exceso de los que se viven a escondidas,
tras el pulso agreste de una rupestre emoción.
Cuánto te hubiere querido, si el amanecer complacido,
sus muescas cavitara,
con el fulgor de los recuerdos,
vivos algunos, entre suelo y tiempo de aquilón.
El palpitar era prófugo de los más inefables días sedientos,
cuyos hábitos en sus celdas una memoria revivió.
El fuego que camina es tu piel mimetizándome,
como un aullido profundo de aguaceros y rocío,
del agreste sol empañado de rubor.
Cuánto te hubiere querido, si atisbaras mis consejos como una cópula de norias,
todo honor y toda gloria por siempre sin luz.
Sigo tu rastro, tus ojos en cada trazo de firmamento esmerilado,
la risa que adorna tu llanto y los temblores que en mil palenques,
entre nupcias de néctar blanco, tus frutos me hubieren profanado.
El fuego que camina es tu ansiedad acuífera, tus alhajas de sirocos,
tus temblores y tus pozos, llenos de alas y de alud.
Cuánto te hubiere querido, si en mil infancias sin sentido, hubiese nacido vivo, buscando en la tormenta un arcoíris,
buscando en la tiniebla una estrella,
y en cada tempestad, una quietud efímera y estrecha.