He ido a la montaña más alta
desnudo como un vagabundo
a mirar celosamente
a través de las nubes
a los hombres
les he descubierto concupiscentes
sobre la faz de la tierra
fornicándola insaciables
con su maldad de bestias.
Allí he sabido de la verdadera
compañía:
tierra,
fauna,
cielo,
pinos y
eucaliptos
golondrinas y gavilanes
anchura,
espacio,
y silencio.
Por mis ojos
más abiertos que nunca
ha penetrado como una caliente daga
la soledad del mundo
Mis dedos perfumados
por aromas que arrastran vientos lejanos
tocan a los hombres
y en sus pieles se queman.
Mis oídos más abiertos que nunca
escuchan los aullidos
los quejidos
los gritos exhalados por los machos
cuando acechan a las hembras.
He visto ojos felinos
Chispeantes
Incendiados:
de odio
de deseo
de lujuria.
Es la bestia
es el hombre
siento por él pena.
Cambió la hoja de parra
por el lino
por la seda.
Pero estas no pueden
cubrirle su miseria.
Quisiera aquí quedarme
subido en mi montaña
con mi desnudez de siglos perfumada.
Al filo de la hora
que quiere tocarme
y no me toca.
Clavando mi mirada
punzante sobre el valle
observando a los hombres
pelearse con las fieras.
Pero en medio de tantas
espinas dorsales inclinadas
veo troncos erguidos
desafiantes frente al sol de la tarde
y por ello me decido
a bajar de mi montaña
para yo también
darle mi cara
y atrapar con mi cuchillo
los hilos de luz más delgados
y anudarlos alrededor de mis sienes:
¡porque temo tropezar!
En la obscuridad del mundo.
JAIME IGNACIO JARAMILLO CORRALES
Condorandino