Desde mi rincón, en un día desesperado,
solo la tierra me recompone el alma.
Si quiero olvidar todas las sombras,
su imágen rompe la monotonía aciaga.
Una brisa corre su apasionada marcha,
entre árboles y llanos, quedo yo, extasiada;
voy buscando en los rincones de las ansias
ese amor tuyo, que corre, ríe y canta.
Cuando el invierno trae frías pausas,
el ángel del paisaje acerca su mirada
que a través del espíritu se proclama
descendiendo hasta el alma que le ama.
Lejos, entre desnudos árboles, despiertas
calmando los enjambres de mis tormentos
entonando entre las sombras de mi cuerpo,
las melodías de los aires que obsequias.
Lejos de ti, siento sordos mis oídos,
sin la lira que del aire repite tu sonido,
donde vibras deshojando mi camino
infligiéndome estímulo última de vida.
Hoy, ávida de tu mejilla, flor herída,
yo te brindo mi calor, libre ya de espinas
para que no muera más fauna ni flora
y amanezcas ofreciéndola a la fresca aurora.